Diario de la desescalada (IV)

Fase: 0

Pasos: 7.956

Horario: Sesión golfa (22.00 a 23.00)

Consumo de móvil: 11 horas, 1 minuto

Videoconferencias: 1 (con 10 personas y dos perros)

Outfit: un polo que no es mío, vaqueros, melena Pocahontas.

Playlist:

Wild thing, The Troggs

Place your hands, Reef

Feelin’ Alright, Joe Cocker

Sweet child 0’mine, Guns N’ Roses

Unbelievable, EMF

Back in Black, AC/ DC

Brothers in arms, Dire Straits

I need a man to love, Janis Joplin

All day and all of the night, The Kinks

Little Wing, Jimi Hendrix

Fortunate son, Creedence Clearwater Revival

Paisaje

Bares, qué lugares

New arrivals

Adaptándose…

Balconing

Necesitamos… frases nuevas. Ahí ponía: “La última y nos vamos”

Dios aprieta

…Pero no ahoga

Todo va sobre ruedas

Incidencias:

– La política me persigue

– Me he asustado al oír un ruidito pensando que era mi cadera, pero afortunadamente resultó ser la cadena del bolso.

– He visto a una pareja de chavales dándose el lote en un portal. Claramente no eran convivientes porque debían tener 16 años y he entendido por primera vez el síndrome de los policías de balcón -mi patio es interior y no veo las infracciones-. ¿Tenía ganas de darles un susto? Sí. Pero me contuve.

Deberes:

–          Empezar la Operación Fase 4 y adelgazar

Revista de prensa:

Perfil de Fernando Simón realizado por Christian Flores

https://twitter.com/chraetian/status/1257686492404756480?s=21

Diario de la desescalada (III)

Fase: 0

Pasos: 6.087

Horario: de 21 a 22.15

Consumo de móvil: 10 horas, 4 minutos

Playlist:

Flight over África, John Barry

Siboney, Connie Francis

Nessum Dorma, Pavarotti

Dream a little dream of me, Ella Fitzgerald

Purple rain, Prince

At Last, Etta James

Ancora, Ludovico

I Think of you, Rodriguez

Way down in the hole, Domaje

Wild horses, The Rolling Stones

Outfit: mi sudadera vintage de Polaroid, mallas del Decathlon, pelo mojado.

Paisaje:

Gente haciendo planes…

Reencuentros:

Hola Julia

Dios aprieta… pero no ahoga: ¡Galicia a domicilio!

Incidencias:

1. Vivir para contarlo. Hoy casi me atropella un patinador. Iba a 120 por hora, sin control, y estoy segura de que sin carné. Debió de subirse por primera vez a los patines el sábado pasado. Toda mi vida pasó por delante. De hecho, fue una niña gorda de primera de comunión con flequillo y cancán la que me gritó apártate en el segundo justo. Al conductor temerario le perdono porque me recordó la excursión a la nieve, cuando hice el recorrido de telesilla a telesilla en una perfecta línea recta, a 200 y con los ojos cerrados. Teniendo en cuenta las circunstancias, he de decir que hice un aterrizaje con los esquís propio de Nadia Comaneci. No me rompí nada y al final tampoco me denunció nadie.

2. He observado mucha tensión en los convivientes. Salen juntos a pasear, pero no se hablan. Van mirando el móvil y hacen fotos (al paisaje, no al otro). Vi muchas parejas así y al final seguí a una, para ver si había reconciliación en el camino. Ni una palabra en 15 minutos. Ni una caricita al parar en el semáforo. Creo que están en su última prórroga.

Deberes:

–          Leer bien el BOE para explotar a tope la fase 0 y pedir citas previas en sitios.

Revista de prensa: ¿Aquí no hay una contradicción?

Diario de la desescalada (II)

Fase: 0

Hito: primer día laborable con licencia de paseo.

Pasos: 12.641. Ojo a la gráfica:

Horario: 20.30 a 22.45 (para algo he salido en sudadera).

Videollamadas: 0

Consumo de móvil: 10 horas, 33 minutos

Playlist:

Superstition, de Stevie Wonder

Green power, de Little Richard

Lets get it on, de Marvin Gaye

To Zion, de Lauryn Hill

Happy, de Pharrel Williams

Use me, de Bill Withers

Cry to me, de Salomon Burke

I smell trouble, de Ike & Tina Turner

I feel good, de James Brown

Outfit:

Mallas de Decathlon, sudadera de Amancio, un poco de colorete, cejas-tendencia.

Paisaje: De día es otra película.

Dios aprieta, pero no ahoga:

Mi cine, cerrado

Mi Zara, cerrado

Pero mi librería: ¡abierta!

Incidencias:

– ¡He visto a un ser querido! ¡Sin pantalla! No es conviviente, pero hemos caminado juntos un rato a la distancia reglamentaria. Era la primera vez que nos veíamos con ropa de deporte y sin un periódico o un bar por el medio. Además, luego hemos ido a ver a otros seres queridos a los que convocamos por teléfono para que se asomaran a su terraza. Sorprendente buena acústica calle- 8º piso. Todo muy emocionante. Y queda por escrito: han prometido hacerme tortilla en la fase 1.

– Me ha salido una ampolla en el pie, como a los peregrinos.

– Como hoy iba hablando, he tragado un mosquito.

– A la luz del día hay mucha más gente por la calle, pero también ves pájaros.

Deberes:

– Comprar algo para la ampolla y una mascarilla para los mosquitos.

– Mudarme a una casa con terraza.

Revista de prensa:

La OTAN hoy ha aprendido a fabricar su propia plastilina con harina blanca, sal, agua, aceite y colorante.

Diario de la desescalada (I)

Fase: 0

Pasos: 6.495 el sábado y 6.081 el domingo. Media de la semana anterior: 233/ día. Media de esta semana: 2.156.

Horario: sesión golfa, de 22 a 23 horas.

Videollamadas: 2 (con 14 personas en total)

Consumo de móvil: 7 horas, 3 minutos el domingo; 7 horas, 12 minutos el sábado

Paisaje: un poco Blade Runner

Playlist:

Move on up, de Curtis Mayfield

– Everybody’s free (to feel good), de Rozalla

The Power, de Snap!

Ride on time, de Black Box

I see you baby, de Groove Armada

Cosmic girl, de Jamiroquai

Porcelain, de Moby

Thinking of you, de Sister Sledge

Get down on it, de Kool & the Gang

Time is Now, de Moloko

Good Times, de Chic

Outfit:

Sábado: vaqueros, mi jersey favorito de cachemire, la gabardina bonita de cuadritos. Rímel, labios rojo atardecer de Kenia. Melena pantojil al viento.

Domingo: vaqueros, camiseta negra. Maquillaje efecto cara lavada. Coleta alta.

Observaciones:

– He vuelto a casa sintiéndome mejor que cuando salí. Eso, bien.

– La libertad engancha y quieres más. De momento, controlo, pero entiendo la preocupación de Simón por los rebrotes. A los 15 minutos de estar en la calle, quería llamar a los telefonillos de todos mis amigos y decirles que si podían bajar a jugar. A la media hora me han entrado unas ganas locas de ir al Barco a bailar. A los 45, quería abrazar a todos los policías. Al llegar a casa he buscado “besos desescalada” en Google (no hay nada previsto aún).

Deberes:

– Cambiar el armario de invierno porque ahí fuera han cambiado de estación.

– Organizar encuentros casuales con amigos en el kilómetro 0.

– Hacerse con un conviviente para la próxima pandemia. O una bici.

Revista de prensa:

– En Coruña mi padre se ha afeitado la barba para salir a pasear y ganar aerodinámica.

Diario de zumba (en casa) III

Todos los deportistas trabajan con metas: los juegos olímpicos, el campeonato de invierno, la pachanga del domingo. Yo me estoy entrenando a fondo para el maratón del 2 de mayo. No os voy a engañar, pese a mi tabla de cardio en casa con Siéntete joven, he perdido mucha masa muscular. Es como cuando te quitaban la escayola y tenías una pierna tipo Roberto Carlos y la otra de Kate Moss, solo que ahora van conjuntadas: puedo mover los gemelos soplando encima un poco fuerte. La situación no es mucho mejor en eso que llaman “el tren superior”: he desarrollado una especie de alas de murciélago y eso que, todas las veces que me acuerdo de que las tengo, hago ejercicios con mis mancuernas de un kilo de Amazon.

Pensé en hacer cambios en la dieta, como hacen también los deportistas antes de las competiciones importantes, pero el confinamiento me lo impide: para saber comer (en casa) hay que saber cocinar. Y habrá gente capaz de pasar esto sin una cervecita todos los días. No es mi caso. Yo solo encuentro paz cuando abro la nevera y veo las latitas dispuestas en fila por si ataca la morriña y hay que taponar la herida. Los gallegos de la diáspora lo entenderán: abrir una Estrella Galicia es lo más cerca que estamos ahora de oler el mar.

Son matemáticas: la ingesta de calorías crece exponencialmente- porque pasas muchas más horas cerca de la cocina- y la quema se ha reducido de manera inversamente proporcional -porque te mueves en un radio pequeño: cama-sofá-nevera-.  Por todo esto, necesito que esa hora de libertad que nos darán si todo va bien, cuente. No puedo limitarme a pasear distraída como hacía antes del apocalipsis. Ni siquiera a caminar rápido, como hace Rajoy, indultado en la fase cero de la desescalada. Necesito que esos 60 minutos se noten en este templo de flacidez. Habrá que correr aunque nadie te persiga. Que me perdonen los vecinos, he empezado a entrenar dando vueltas al sofá.

También he cambiado mi dieta televisiva y solo veo programas y competiciones deportivas, para motivarme. Aunque esto lo hago también porque me moría de envidia cada vez que alguien se daba un beso en la tele y mi estrategia inicial de ver solo series de crímenes no funcionó: siempre hay un detective que se enamora de alguien.

Con un poco de disciplina, creo que podría llegar a la fase importante – libertad de beso y abrazo-, al menos, en el estado previo a la cuarentena. ¡Vamos!

Diario de zumba (en casa) II

Confieso que he barajado la posibilidad de mentiros y decir que, tras escuchar vuestros consejos, ahora hacía deporte con esos estupendos monitores súper profesionales que me habéis recomendado. Pero está feo mentir en Semana Santa -¿o ya terminó?- y estáis siendo todos muy riquiños como para que yo traiga aquí otra cosa que no sea la purita verdad. No hice ni el intento. Me he quedado con la chica que piensa que da clases a la tercera edad, pese a que mis sospechas no solo se han visto confirmadas, sino que indagando he descubierto que su canal se llama Siéntete joven.

¿Qué importa la edad si nos entendemos? ¿Por qué esa tiranía de las etiquetas? Le he dado muchas vueltas y creo que sería inmoral y de mala periodista renunciar a la profe por prejuicios, la venda de los soberbios. Me hace sudar, que es de lo que se trata, y tiene mucha más credibilidad que otras cuando me llama “campeona”. Es la Ana Blanco del youtube.

Sigo calentando con Jonathan, pero las sentadillas y todas las perrerías para borrar la huella del sofá en el culo las hago con ella, la profe de las mayorcitas. La tabla de ejercicios dura media hora, 30 minutos de los que soy plenamente consciente, segundo a segundo. La profe es algo mentirosilla, porque dice cinco más que luego son diez, pero trato de obedecerla siempre. Lo único que no respeto son sus pausas para beber. Cuando ella dice: “vamos a hidratarnos un poquito”, yo ya he bebido dos litros de agua.

Es una chica muy profesional que hace los ejercicios con camiseta.  Compartir uniforme también es importante porque con las chicas de los tops ya empiezas un poco más abajo, hundida en la miseria.

Lo hace casi todo bien, menos pinchar. La pobre no tiene oído musical, y como sabéis, el mío es delicadísimo. Es por ello que he decidido que a partir de mañana me la voy a poner en mute – me pierdo los “campeona”, pero ya sé más o menos dónde caen- , para poner yo mi propia música motivadora. He dedicado varias horas a elaborar la playlist perfecta. La hago pública porque creo, además, que le gustará a mis compañeras de la tercera edad. Me ha llevado mucho trabajo; ha sido un largo proceso de ensayo-error, pero la comparto en Spotify por los mismos motivos por los que ahora te puedes descargar gratis la edición impresa de EL PAÍS: son días para ser solidario. Se llama “¡Vamos, campeonas!”. Y suena así:

1.       Upside down, de Diana Ross

2.       Le Freak, de Chic

3.       Ring my bell, de Anita Ward

4.       Last night a D.J. saved my life, Indeep

5.       I´m coming out, de Diana Ross

6.       Young hearts run free, de Candi Staton

7.       Jump  (for my love), de The Pointer Sisters

8.       Relight my fire, de Dan Hartman

9.       Lady Marmalade, de Patti LaBelle. (Esta es estupenda para las sentadillas)

10.   U can´t touch this, de MC Hammer

11.   Every body get up, de Five (para la segunda tanda de sentadillas)

12. Just the way you are, de Barry White (para estiramientos finales)

Diario de zumba (en casa) I

Intenté comprar una bici estática, pero habéis arrasado con ellas. Solo quedan las que cuestan lo que un coche de segunda mano. Luego pensé que mejor, porque en la vida iba a ser capaz de montarla, y Manuel Jabois ya me advirtió de los efectos secundarios – como la ves ahí, crees que puedes comer lo que sea porque después lo bajas en la bici-. Compré entonces una esterilla –que llega a finales de mayo, principios de junio, creo- y unas mancuernas de un kilo, que sí tengo ya conmigo. Como me temía, hacer pesas es un aburrimiento total. Y no hay ninguna música que le pegue.

De todas formas, yo no me rindo tan fácilmente, y para frenar la curva (cervecera) he decidido recuperar las clases de zumba, pero en casa. De momento, no he encontrado en internet ningún profe a la altura de La Diosa, aquella mujer maravillosa a la que el culo le empezaba en la coronilla. Como aquí no hay que pagar matrícula, me he vuelto bastante promiscua. A veces empiezo con Jonathan Guevara, y a la segunda canción me cambio a Gabriel Tristán. Había una chica que me gustaba mucho, porque me llamaba “campeona” y me daba la impresión de que juntas quemábamos un porrón de calorías, pero he dejado de ponérmela porque al tercer día entendí que ella pensaba que estaba dando la clase a señoras de 70. Es decir, iba dejando pistas, pero como estoy espesa, me costó atar cabos. Decía, por ejemplo: “el deporte es bueno a cualquier edad”. Y yo pensaba: “efectivamente”. También daba opciones de “menos impacto” para cada ejercicio. Y yo lo agradecía. Al final me mosqueé y descubrí que lo que me hacía sudar como si fuera 20 de junio en Madrid eran unas tablas para desentumecer articulaciones.

No somos nadie. 

La Diosa se avergonzaría mucho de mí. Como si la viera: “Esto no es lo que yo te enseñé. Me deshonras”. Antes de todo esto, hubo demasiadas elecciones, campañas y días que parecían históricos. Dejé de ir a verla y perdí la poca forma física que tenía.  Ahora mismo sería incapaz de repetir aquellas flexiones que nos metía entre canción y canción. Las cuarentenas son muy propicias para hablar con gente que hace tiempo que desapareció de tu vida. Es como el principio del Facebook, cuando todo el mundo se creó una cuenta y se puso a buscar amigos del colegio.  Yo no he hablado con La Diosa, pero pienso mucho en ella estos días.  ¿Tendrá la infraestructura necesaria en casa para mantener ese culo en la coronilla? ¿Habrá aparecido algo de celulitis en esas piernas de acero ahora confinadas? ¿Pasará la cuarentena con Dios, sola o con sus padres? ¿Comerá torrijas? 

Lo de la infraestructura lo digo porque parece que no, pero es vital. En los vídeos de internet hacen zumba en grandes salas de gimnasio, frente al espejo de la vergüenza, o en espacios abiertos. A veces se ve un puerto detrás, un parque con niños, una fuente… Repetir las coreografías en un salón que mide ocho pasos de pared a pared – los he contado-, es misión imposible. Lo que hago, cuando ya no puedo seguir el paso del profe porque llego a la otra pared, es dar un saltito. Pero según lo doy me da un ataque de risa que me ahogo y tengo que darle al pause y rehidratarme. Quizá algún lector tiene trucos para evitar estos contratiempos logísticos. Soy toda oídos.

Mis favoritos

Hay que ser objetiva, neutral, mantener la imparcialidad. No se debe, pero confieso que tengo favoritos. Desde hace años son los que tienen muchos más que yo. Aprendí a apreciarlos con los que me tocaron de serie: dos pares de abuelos excepcionales e interesantísimos. Luego, trabajando, he tenido la oportunidad de entrevistar a muchos, casi siempre en circunstancias duras. Por ejemplo, delante de una fosa común abierta, buscando un esqueleto con reloj, el de su padre. La gente mayor es dura, pero sabe ser tierna. Es sabia, pero humilde. Y un lujo para mi oficio: nadie tiene tanto que contar y por contar.

Mi abuela materna, Fina, se fue demasiado pronto. Yo tenía diez años y perderla es el primer recuerdo que tengo de la tristeza. Los bebés y los niños lloran mucho, pero de adulto no te acuerdas. La primera vez que miro atrás y me veo llorando es el día que me dijeron que ella se había ido “al cielo”. Y no es solo porque sus nudillos fueran la máquina de cosquillas más perfecta que existe; porque hiciera la mejor tortilla con tomate del mundo o porque su maravillosa tienda (ferretería, juguetería y lo que surja) fuera el lugar donde yo he sido más feliz en toda mi vida, sino porque tenía algo que identifiqué ya de mayor, cuando aprendí la palabra: un carisma de aquí a Finisterre.

Después fui perdiendo al resto de mis abuelos, mis dos Ángeles, el paterno y el materno, y a María Luisa. Empecé a conocer a los abuelos de otros. Me gustan mucho los niños- especialmente algunos-, y los adultos -especialmente algunos-, pero tengo debilidad por los mayores porque son los que concentran, en mayor porcentaje, las cosas que me gustan. Por ejemplo, han sido muy trabajadores, y eso siempre me ha derretido: ver a alguien esforzándose en lo que hace, sea lo que sea. Son discretos, no se gustan; a veces no hablan mucho si no insistes, pero si aciertas con la pregunta, que es una de mis sensaciones favoritas, es como descubrir una fuente de petróleo. Son tesoros escondidos, cofres por abrir. 

Entre los 47 millones de españoles asustados pienso en ellos los primeros, por razones obvias. Tienen la fuerza de la experiencia, de la acumulación de datos y vivencias, pero la debilidad física de los años. Son la generación más generosa y antes del coronavirus lo han demostrado de sobra: prestando su pensión a los hijos durante la crisis; cuidando siempre de los nietos. Abofetearía uno a uno a los que no han entendido que hay que quedarse en casa; a los que con ignorancia y soberbia – tan peligrosas ahora- siguen actuando como si esto no fuera con ellos. Como no puedo hacerlo, recuerdo el motivo para quedarse en casa por aquí: se lo debemos. A todos los que sí han entendido, y que afortunadamente son mayoría, muchas gracias por proteger a mi gente favorita.

Un día menos

Un día menos para darle a mi tío Pablo el abrazo que me dolió no poder darle estos días.

Un día menos para despedir a mi tía Macu.

Para tomar un vino con mi padre y volver a jugar con mi hermano a guerra de besos (él los vendía caros).

Para decirle a mi tía Belén que ya puede descansar. Y en nombre de tantos: Gracias.

Para esperar una ola en la orilla.

Para enfadarme con el árbitro.

Para preocuparme de tonterías.  

Para ponerme unos zapatos de tacón.  Para estrenar una camisa.

Para celebrar cumbre de gallegos en nuestro cuartel general, Lúa.

Para enfocar de lejos.

Para pedir al DJ que ponga por favor, por favor, la canción que me gusta.

Para hacer, como siempre, un desastre de maleta.

Para levantar la cabeza en la redacción y pedir un sinónimo o darlo. Para escuchar los gritos de la hora del pánico: el cierre.    

Para mojarme si llueve.  Para pasar frío o calor si lo hace.

Para ahogarme de la risa viéndome en el espejo del gimnasio en clase de zumba.

Para mirar a alguien que me guste a los ojos.

Para hundirme de gusto en la butaca antes de ver en el cine una historia de ficción que sí supera a la realidad.

Para comer la deliciosa paella de Quique en una de las sedes de la otan.

Para que Mateo me dé una paliza a los bolos.

Para bailar con Pablo y Martín una playlist de imprescindibles que no termina nunca.

Para salir a pasear con Lola (97 años) por Carballo y darnos un baño de masas y besos.

Para planear las próximas vacaciones de Sangre Azul (yo me entiendo).

Un día menos para veros.

Mi padre, el Dinamita

En la Universidad no se podía ser más cool que ese chico del pelazo que jugaba al rugby. De 8. Entonces, en Madrid, papá era “El Dinamita” y todas sus fotos de esos años parecen carteles de una película. No me extraña nada que mi madre se enamorara de él y mi padre de ella, sobre todo después de que colocaran los colegios mayores a los que iban a llegar desde Asturias y Galicia uno frente a otro –estaban esperándolos-. Por esa época mi padre estudiaba Astrofísica y hacía sus pinitos en el cine. En casa hemos visto en bucle su papelito en Marchar o morir con Gene Hackman, donde hace un minuto de preso con los brazos detrás de la nuca. Interpretación impecable. Una toma. Y que sepa toda España que mi padre plantó a Catherine Deneuve –le llamaron para hacer de extra en Rojos– para ir a un homenaje a mi abuela, catedrática de matemáticas.

Ya en Coruña, cuando empezó a ser mi padre o yo empecé a ser su hija, le ofrecieron ser hombre del tiempo, pero justo a la vez aprobó la oposición y dedicó las siguientes cuatro décadas a dar clases de matemáticas en un instituto. Yo heredé sus orejas, pero le salí de letras y tuve la desfachatez de llevarle a casa algún suspenso en mates, de los que aún me arrepiento. A cambio, terminé escribiendo en el periódico que él compra desde el día que salió, cinco años antes de que yo viniera al mundo.

Como hoy no puedo verlo, ni abrazarlo, ni darle un regalo, escribo. Para contarle algunas cosas y para compartirlo con otros, además de mi hermano Gonzalo. Me encanta cuando coincido con sus amigos, o con mis tíos o, la última vez fue su frutero, y me dicen cosas que yo ya sé: lo buena persona, lo divertido, lo listo que es. Con 66 años se ha convertido en joven promesa del bridge.  Tenemos el salón de Coruña lleno de trofeos feos, pero merecidos.  Ahora ha tenido que hacer un breve parón en su carrera, pero sigue entrenando por internet . Y como no se puede salir a caminar por ese estupendo paseo marítimo, que mi padre llama “la ruta del colesterol”, ha arreglado una bici estática que llevaba 20 años cumpliendo la función de perchero. A la media hora se gripa y hay que dejarla descansar, pero menos es nada. 

Nos debemos un viaje los tres para celebrar la jubilación. Hemos ido posponiéndolo por una acumulación de días que entonces nos parecían históricos y han resultado ser nada más que campañas y elecciones. Cuando pase todo esto, mi hermano y yo celebraremos que tenemos el mejor padre del mundo por todo lo alto. De momento, feliz día, papá.