Consumo de móvil: 12 horas 51 minutos (casi todas culpa del PP)
Playlist:
– La leyenda del tiempo, Camarón
– Amor dulce muerte, Vicente Amigo
– Soy Gitano, Camarón
– Entre dos aguas, Paco de Lucía
– Dice la gente, Kiko Veneno
– Turu, turai, Remedios Amaya
– Bamboleo, Gipsy Kings
– Escuela de calor, Radio Futura
– Aire, José Mercé
– Las cosas pequeñitas, Nolasco
Paisaje:
Mario Conde durmiendo al raso
Optimistas
¿La semana que viene?
Dios aprieta…
… pero no ahoga Regalazo de @malaherba directamente desde O Grove
Incidencias:
1. He visto a otro ser querido! Ha sido muy emocionante, aunque me he quedado con unas ganas tremendas de darle un abrazo. Gabi estaba tan ideal como siempre y me ha dado unos tips súper buenos para cocinar las delicatessen gallegas y esos huevos fritos que aún se me resisten. El huevo nº 5 va a salir perfecto, lo sé.
2. Me he comprado unas mascarillas porque ayer volví a tragar otro mosquito.
Videoconferencias: 1 (con 10 personas y dos perros)
Outfit: un polo que no es mío, vaqueros, melena Pocahontas.
Playlist:
– Wild thing, The Troggs
– Place your hands, Reef
– Feelin’ Alright, Joe Cocker
– Sweet child 0’mine, Guns N’ Roses
– Unbelievable, EMF
– Back in Black, AC/ DC
– Brothers in arms, Dire Straits
– I need a man to love, Janis Joplin
– All day and all of the night, The Kinks
– Little Wing, Jimi Hendrix
– Fortunate son, Creedence Clearwater Revival
Paisaje…
Bares, qué lugares
New arrivals
Adaptándose…
Balconing
Necesitamos… frases nuevas. Ahí ponía: “La última y nos vamos”
Dios aprieta…
…Pero no ahoga
Todo va sobre ruedas
Incidencias:
– La política me persigue
– Me he asustado al oír un ruidito pensando que era mi cadera, pero afortunadamente resultó ser la cadena del bolso.
– He visto a una pareja de chavales dándose el lote en un portal. Claramente no eran convivientes porque debían tener 16 años y he entendido por primera vez el síndrome de los policías de balcón -mi patio es interior y no veo las infracciones-. ¿Tenía ganas de darles un susto? Sí. Pero me contuve.
Deberes:
– Empezar la Operación Fase 4 y adelgazar
Revista de prensa:
Perfil de Fernando Simón realizado por Christian Flores
Outfit: mi sudadera vintage de Polaroid, mallas del Decathlon, pelo mojado.
Paisaje:
Gente haciendo planes…
Reencuentros:
Hola Julia
Dios aprieta… pero no ahoga: ¡Galicia a domicilio!
Incidencias:
1. Vivir para contarlo. Hoy casi me atropella un patinador. Iba a 120 por hora, sin control, y estoy segura de que sin carné. Debió de subirse por primera vez a los patines el sábado pasado. Toda mi vida pasó por delante. De hecho, fue una niña gorda de primera de comunión con flequillo y cancán la que me gritó apártate en el segundo justo. Al conductor temerario le perdono porque me recordó la excursión a la nieve, cuando hice el recorrido de telesilla a telesilla en una perfecta línea recta, a 200 y con los ojos cerrados. Teniendo en cuenta las circunstancias, he de decir que hice un aterrizaje con los esquís propio de Nadia Comaneci. No me rompí nada y al final tampoco me denunció nadie.
2. He observado mucha tensión en los convivientes. Salen juntos a pasear, pero no se hablan. Van mirando el móvil y hacen fotos (al paisaje, no al otro). Vi muchas parejas así y al final seguí a una, para ver si había reconciliación en el camino. Ni una palabra en 15 minutos. Ni una caricita al parar en el semáforo. Creo que están en su última prórroga.
Deberes:
– Leer bien el BOE para explotar a tope la fase 0 y pedir citas previas en sitios.
Revista de prensa: ¿Aquí no hay una contradicción?
Horario: 20.30 a 22.45 (para algo he salido en sudadera).
Videollamadas: 0
Consumo de móvil: 10 horas, 33 minutos
Playlist:
– Superstition, de Stevie Wonder
– Green power, de Little Richard
– Lets get it on, de Marvin Gaye
– To Zion, de Lauryn Hill
– Happy, de Pharrel Williams
– Use me, de Bill Withers
– Cry to me, de Salomon Burke
– I smell trouble, de Ike & Tina Turner
– I feel good, de James Brown
Outfit:
Mallas de Decathlon, sudadera de Amancio, un poco de colorete, cejas-tendencia.
Paisaje: De día es otra película.
Dios aprieta, pero no ahoga:
Mi cine, cerrado
Mi Zara, cerrado
Pero mi librería: ¡abierta!
Incidencias:
– ¡He visto a un ser querido! ¡Sin pantalla! No es conviviente, pero hemos caminado juntos un rato a la distancia reglamentaria. Era la primera vez que nos veíamos con ropa de deporte y sin un periódico o un bar por el medio. Además, luego hemos ido a ver a otros seres queridos a los que convocamos por teléfono para que se asomaran a su terraza. Sorprendente buena acústica calle- 8º piso. Todo muy emocionante. Y queda por escrito: han prometido hacerme tortilla en la fase 1.
– Me ha salido una ampolla en el pie, como a los peregrinos.
– Como hoy iba hablando, he tragado un mosquito.
– A la luz del día hay mucha más gente por la calle, pero también ves pájaros.
Deberes:
– Comprar algo para la ampolla y una mascarilla para los mosquitos.
– Mudarme a una casa con terraza.
Revista de prensa:
La OTAN hoy ha aprendido a fabricar su propia plastilina con harina blanca, sal, agua, aceite y colorante.
Consumo de móvil: 7 horas, 3 minutos el domingo; 7 horas, 12 minutos el sábado
Paisaje: un poco Blade Runner
Playlist:
– Move on up, de Curtis Mayfield
– Everybody’s free (to feel good), de Rozalla
– The Power, de Snap!
– Ride on time, de Black Box
– I see you baby, de Groove Armada
– Cosmic girl, de Jamiroquai
– Porcelain, de Moby
– Thinking of you, de Sister Sledge
– Get down onit, de Kool & the Gang
– Time is Now, de Moloko
– Good Times, de Chic
Outfit:
Sábado: vaqueros, mi jersey favorito de cachemire, la gabardina bonita de cuadritos. Rímel, labios rojo atardecer de Kenia. Melena pantojil al viento.
Domingo: vaqueros, camiseta negra. Maquillaje efecto cara lavada. Coleta alta.
Observaciones:
– He vuelto a casa sintiéndome mejor que cuando salí. Eso, bien.
– La libertad engancha y quieres más. De momento, controlo, pero entiendo la preocupación de Simón por los rebrotes. A los 15 minutos de estar en la calle, quería llamar a los telefonillos de todos mis amigos y decirles que si podían bajar a jugar. A la media hora me han entrado unas ganas locas de ir al Barco a bailar. A los 45, quería abrazar a todos los policías. Al llegar a casa he buscado “besos desescalada” en Google (no hay nada previsto aún).
Deberes:
– Cambiar el armario de invierno porque ahí fuera han cambiado de estación.
– Organizar encuentros casuales con amigos en el kilómetro 0.
– Hacerse con un conviviente para la próxima pandemia. O una bici.
Revista de prensa:
– En Coruña mi padre se ha afeitado la barba para salir a pasear y ganar aerodinámica.
Todos los deportistas trabajan con metas: los juegos olímpicos, el campeonato de invierno, la pachanga del domingo. Yo me estoy entrenando a fondo para el maratón del 2 de mayo. No os voy a engañar, pese a mi tabla de cardio en casa con Siéntete joven, he perdido mucha masa muscular. Es como cuando te quitaban la escayola y tenías una pierna tipo Roberto Carlos y la otra de Kate Moss, solo que ahora van conjuntadas: puedo mover los gemelos soplando encima un poco fuerte. La situación no es mucho mejor en eso que llaman “el tren superior”: he desarrollado una especie de alas de murciélago y eso que, todas las veces que me acuerdo de que las tengo, hago ejercicios con mis mancuernas de un kilo de Amazon.
Pensé en hacer cambios en la dieta, como hacen también los deportistas antes de las competiciones importantes, pero el confinamiento me lo impide: para saber comer (en casa) hay que saber cocinar. Y habrá gente capaz de pasar esto sin una cervecita todos los días. No es mi caso. Yo solo encuentro paz cuando abro la nevera y veo las latitas dispuestas en fila por si ataca la morriña y hay que taponar la herida. Los gallegos de la diáspora lo entenderán: abrir una Estrella Galicia es lo más cerca que estamos ahora de oler el mar.
Son matemáticas: la ingesta de calorías crece exponencialmente- porque pasas muchas más horas cerca de la cocina- y la quema se ha reducido de manera inversamente proporcional -porque te mueves en un radio pequeño: cama-sofá-nevera-. Por todo esto, necesito que esa hora de libertad que nos darán si todo va bien, cuente. No puedo limitarme a pasear distraída como hacía antes del apocalipsis. Ni siquiera a caminar rápido, como hace Rajoy, indultado en la fase cero de la desescalada. Necesito que esos 60 minutos se noten en este templo de flacidez. Habrá que correr aunque nadie te persiga. Que me perdonen los vecinos, he empezado a entrenar dando vueltas al sofá.
También he cambiado mi dieta televisiva y solo veo programas y competiciones deportivas, para motivarme. Aunque esto lo hago también porque me moría de envidia cada vez que alguien se daba un beso en la tele y mi estrategia inicial de ver solo series de crímenes no funcionó: siempre hay un detective que se enamora de alguien.
Con un poco de disciplina, creo que podría llegar a la fase importante – libertad de beso y abrazo-, al menos, en el estado previo a la cuarentena. ¡Vamos!
Confieso que he barajado la posibilidad de mentiros y decir que, tras escuchar vuestros consejos, ahora hacía deporte con esos estupendos monitores súper profesionales que me habéis recomendado. Pero está feo mentir en Semana Santa -¿o ya terminó?- y estáis siendo todos muy riquiños como para que yo traiga aquí otra cosa que no sea la purita verdad. No hice ni el intento. Me he quedado con la chica que piensa que da clases a la tercera edad, pese a que mis sospechas no solo se han visto confirmadas, sino que indagando he descubierto que su canal se llama Siéntete joven.
¿Qué importa la edad si nos entendemos? ¿Por qué esa tiranía de las etiquetas? Le he dado muchas vueltas y creo que sería inmoral y de mala periodista renunciar a la profe por prejuicios, la venda de los soberbios. Me hace sudar, que es de lo que se trata, y tiene mucha más credibilidad que otras cuando me llama “campeona”. Es la Ana Blanco del youtube.
Sigo calentando con Jonathan, pero las sentadillas y todas las perrerías para borrar la huella del sofá en el culo las hago con ella, la profe de las mayorcitas. La tabla de ejercicios dura media hora, 30 minutos de los que soy plenamente consciente, segundo a segundo. La profe es algo mentirosilla, porque dice cinco más que luego son diez, pero trato de obedecerla siempre. Lo único que no respeto son sus pausas para beber. Cuando ella dice: “vamos a hidratarnos un poquito”, yo ya he bebido dos litros de agua.
Es una chica muy profesional que hace los ejercicios con camiseta. Compartir uniforme también es importante porque con las chicas de los tops ya empiezas un poco más abajo, hundida en la miseria.
Lo hace casi todo bien, menos pinchar. La pobre no tiene oído musical, y como sabéis, el mío es delicadísimo. Es por ello que he decidido que a partir de mañana me la voy a poner en mute – me pierdo los “campeona”, pero ya sé más o menos dónde caen- , para poner yo mi propia música motivadora. He dedicado varias horas a elaborar la playlist perfecta. La hago pública porque creo, además, que le gustará a mis compañeras de la tercera edad. Me ha llevado mucho trabajo; ha sido un largo proceso de ensayo-error, pero la comparto en Spotify por los mismos motivos por los que ahora te puedes descargar gratis la edición impresa de EL PAÍS: son días para ser solidario. Se llama “¡Vamos, campeonas!”. Y suena así:
1. Upside down, de Diana Ross
2. Le Freak, de Chic
3. Ring my bell, de Anita Ward
4. Last night a D.J. saved my life, Indeep
5. I´m coming out, de Diana Ross
6. Young hearts run free, de Candi Staton
7. Jump (for my love), de The Pointer Sisters
8. Relight my fire, de Dan Hartman
9. Lady Marmalade, de Patti LaBelle. (Esta es estupenda para las sentadillas)
10. U can´t touch this, de MC Hammer
11. Every body get up, de Five (para la segunda tanda de sentadillas)
12. Just the way you are, de Barry White (para estiramientos finales)
Intenté comprar una bici estática, pero habéis arrasado con ellas. Solo quedan las que cuestan lo que un coche de segunda mano. Luego pensé que mejor, porque en la vida iba a ser capaz de montarla, y Manuel Jabois ya me advirtió de los efectos secundarios – como la ves ahí, crees que puedes comer lo que sea porque después lo bajas en la bici-. Compré entonces una esterilla –que llega a finales de mayo, principios de junio, creo- y unas mancuernas de un kilo, que sí tengo ya conmigo. Como me temía, hacer pesas es un aburrimiento total. Y no hay ninguna música que le pegue.
De todas formas, yo no me rindo tan fácilmente, y para frenar la curva (cervecera) he decidido recuperar las clases de zumba, pero en casa. De momento, no he encontrado en internet ningún profe a la altura de La Diosa, aquella mujer maravillosa a la que el culo le empezaba en la coronilla. Como aquí no hay que pagar matrícula, me he vuelto bastante promiscua. A veces empiezo con Jonathan Guevara, y a la segunda canción me cambio a Gabriel Tristán. Había una chica que me gustaba mucho, porque me llamaba “campeona” y me daba la impresión de que juntas quemábamos un porrón de calorías, pero he dejado de ponérmela porque al tercer día entendí que ella pensaba que estaba dando la clase a señoras de 70. Es decir, iba dejando pistas, pero como estoy espesa, me costó atar cabos. Decía, por ejemplo: “el deporte es bueno a cualquier edad”. Y yo pensaba: “efectivamente”. También daba opciones de “menos impacto” para cada ejercicio. Y yo lo agradecía. Al final me mosqueé y descubrí que lo que me hacía sudar como si fuera 20 de junio en Madrid eran unas tablas para desentumecer articulaciones.
No somos nadie.
La Diosa se avergonzaría mucho de mí. Como si la viera: “Esto no es lo que yo te enseñé. Me deshonras”. Antes de todo esto, hubo demasiadas elecciones, campañas y días que parecían históricos. Dejé de ir a verla y perdí la poca forma física que tenía. Ahora mismo sería incapaz de repetir aquellas flexiones que nos metía entre canción y canción. Las cuarentenas son muy propicias para hablar con gente que hace tiempo que desapareció de tu vida. Es como el principio del Facebook, cuando todo el mundo se creó una cuenta y se puso a buscar amigos del colegio. Yo no he hablado con La Diosa, pero pienso mucho en ella estos días. ¿Tendrá la infraestructura necesaria en casa para mantener ese culo en la coronilla? ¿Habrá aparecido algo de celulitis en esas piernas de acero ahora confinadas? ¿Pasará la cuarentena con Dios, sola o con sus padres? ¿Comerá torrijas?
Lo de la infraestructura lo digo porque parece que no, pero es vital. En los vídeos de internet hacen zumba en grandes salas de gimnasio, frente al espejo de la vergüenza, o en espacios abiertos. A veces se ve un puerto detrás, un parque con niños, una fuente… Repetir las coreografías en un salón que mide ocho pasos de pared a pared – los he contado-, es misión imposible. Lo que hago, cuando ya no puedo seguir el paso del profe porque llego a la otra pared, es dar un saltito. Pero según lo doy me da un ataque de risa que me ahogo y tengo que darle al pause y rehidratarme. Quizá algún lector tiene trucos para evitar estos contratiempos logísticos. Soy toda oídos.
Hay que ser objetiva, neutral, mantener la imparcialidad. No se debe, pero confieso que tengo favoritos. Desde hace años son los que tienen muchos más que yo. Aprendí a apreciarlos con los que me tocaron de serie: dos pares de abuelos excepcionales e interesantísimos. Luego, trabajando, he tenido la oportunidad de entrevistar a muchos, casi siempre en circunstancias duras. Por ejemplo, delante de una fosa común abierta, buscando un esqueleto con reloj, el de su padre. La gente mayor es dura, pero sabe ser tierna. Es sabia, pero humilde. Y un lujo para mi oficio: nadie tiene tanto que contar y por contar.
Mi abuela materna, Fina, se fue demasiado pronto. Yo tenía diez años y perderla es el primer recuerdo que tengo de la tristeza. Los bebés y los niños lloran mucho, pero de adulto no te acuerdas. La primera vez que miro atrás y me veo llorando es el día que me dijeron que ella se había ido “al cielo”. Y no es solo porque sus nudillos fueran la máquina de cosquillas más perfecta que existe; porque hiciera la mejor tortilla con tomate del mundo o porque su maravillosa tienda (ferretería, juguetería y lo que surja) fuera el lugar donde yo he sido más feliz en toda mi vida, sino porque tenía algo que identifiqué ya de mayor, cuando aprendí la palabra: un carisma de aquí a Finisterre.
Después fui perdiendo al resto de mis abuelos, mis dos Ángeles, el paterno y el materno, y a María Luisa. Empecé a conocer a los abuelos de otros. Me gustan mucho los niños- especialmente algunos-, y los adultos -especialmente algunos-, pero tengo debilidad por los mayores porque son los que concentran, en mayor porcentaje, las cosas que me gustan. Por ejemplo, han sido muy trabajadores, y eso siempre me ha derretido: ver a alguien esforzándose en lo que hace, sea lo que sea. Son discretos, no se gustan; a veces no hablan mucho si no insistes, pero si aciertas con la pregunta, que es una de mis sensaciones favoritas, es como descubrir una fuente de petróleo. Son tesoros escondidos, cofres por abrir.
Entre los 47 millones de españoles asustados pienso en ellos los primeros, por razones obvias. Tienen la fuerza de la experiencia, de la acumulación de datos y vivencias, pero la debilidad física de los años. Son la generación más generosa y antes del coronavirus lo han demostrado de sobra: prestando su pensión a los hijos durante la crisis; cuidando siempre de los nietos. Abofetearía uno a uno a los que no han entendido que hay que quedarse en casa; a los que con ignorancia y soberbia – tan peligrosas ahora- siguen actuando como si esto no fuera con ellos. Como no puedo hacerlo, recuerdo el motivo para quedarse en casa por aquí: se lo debemos. A todos los que sí han entendido, y que afortunadamente son mayoría, muchas gracias por proteger a mi gente favorita.