La Impostora se queda y La Diosa no va a volver. Hoy, antes de empezar a perrear, la tribu del Ojo Pintado y yo hemos dedicado unos minutos a recordar sus virtudes, siendo la primera que nos hacía sudar más que ningún otro profe – incluso más que Dios-. Hemos entrado en clase cabizbajas y, de momento, nos negamos a aplaudir a la nueva.
La Impostora, la pobre, hace lo que puede, pero necesitamos tiempo. Nos va a costar aprender a quererla, si es que es posible, porque con La Diosa se fueron también nuestras esperanzas de tener algún día el culo en la coronilla. Solo a ella podía ocurrírsele meter seis flexiones en medio de una canción de reguetón o dar patadas al aire durante dos minutos hasta que sentías que la pierna iba a desprenderse del resto del cuerpo. Ella tenía esas locuras propias de los genios. Las órdenes de La Diosa iban a misa: 10 abdominales. 10 sentadillas. Si te atrevías a hacer trampas, la culpa te perseguía cuatro días. Eso es el carisma.
Ya no viene a clase por culpa de esa estupidez de los certificados, pero de alguna forma, sigue presente. La Diosa está en todas partes y te mira cuando vas a comerte el segundo bombón o dudas si pedir postre. Eso me reconforta, pero no sé cuánto durará. En cualquier caso, sin ella, este diario zumbero ya no tiene interés y aquí pongo punto final.