Bueno, pues hoy he ido a un gimnasio de esos. En ningún país me había sentido tan turista. Como correr sin que me persiga nadie me parece de tontos y elíptica me suena a potro de tortura, me apunté a zumba. Una hora de baile pensaba yo. ¡Já! Sobre el espejo de la vergüenza, ese que te devuelve sin piedad la prueba de tu descoordinación, hay un reloj trucado. Cuando crees que llevas una hora haciendo sentadillas y cosas por el estilo, sólo han pasado diez minutos. He pisado a mis compañeras. Les he dado manotazos y codazos. Todas iban monísimas con sus mallas y sus tops. Aparentemente, el chándal ya no se lleva. Mi profesora es una diosa con una coleta rubia (de bote) que le llega por la cintura y un culo que le empieza aproximadamente a la altura de la coronilla. La música hace daño al oído, casi tanto como las letras de las canciones, pero al terminar la clase la gente aplaude como si hubiéramos asistido a un concierto de Otis Redding. Ha sido horrible, pero también ha sido genial. A lo mejor me compro unas mallas de esas. Mañana ya os cuento de las agujetas. La última vez que había hecho deporte existía una cosa que se llamaba COU.