Llevo dos días sin ir a zumba. El pasado martes era la famosa master class y no fui porque me entró pánico escénico. Sabía que no habría nadie conocido porque por el respeto que os tengo no os invité, pero la perspectiva de hacer el ridículo ante seres queridos de otros tampoco me entusiasmaba. También valoré el alto riesgo de presencia de cámaras y la altísima resolución de los omnipresentes smartphones. Se me pone la piel de gallina solo de pensar que algún vídeo o fotografía podría haber terminado en You Tube o similar hiriendo para siempre – en internet no hay olvido- ese delicado tesoro llamado reputación. Hoy tampoco he ido y la culpa la tiene Mariano Rajoy. Él, dice, está ahora liado en la «bastante poco reconfortante tarea» de hacer las listas electorales, es decir, acercarse a la fila de peperos y decir: tú juegas, tú no, y tú al banquillo. No sabe aún que me han puesto a cubrir la campaña y no tiene en cuenta los horarios de zumba. A la Diosa le tendré que llevar un papelito diciendo que el jueves no pude asistir por junta directiva nacional del PP. No sé si me va a creer.
Mes: marzo 2016
Zumba post PP
Bueno, pues hoy he vuelto a zumba después de tres días de ausencias (uno por master class, dos por culpa de Mariano Rajoy). No esperaba una pancarta de bienvenida, pero sí algo más que la indiferencia con la que me ha recibido la tribu del ojo pintado. El gimnasio es un sitio donde la gente va y viene y nadie te echa de menos. Es así. He encontrado a Paula más Diosa que nunca. Ella sí que me ha reconocido, yo creo, y en cuanto me ha mirado me he avergonzado de mi ferrero rocher de ayer y de las cervezas del lunes. Ella tiene ese poder. Y ya sé por qué es. Es la coleta. Algunos ya lo sabéis, pero para los que no, lo confieso aquí: yo era la gorda de mi clase. En el colegio me llamaban Natillas y cuando hice la primera comunión pesaba más de lo que peso ahora. A estos tres datos fundamentales de mi biografía le falta uno más: a mis padres les gustaba el pelo corto y de pequeña me obligaban a cortármelo a lo champiñón. A ellos ya les he perdonado, pero os podéis imaginar el efecto de aquella combinación fatal de cara-pan y corte a mitad de oreja. Para mí el cole es la clase de gimnasia, corriendo detrás de las niñas delgadas que llevaban unas coletas de caballo largas, perfectas, que se movían con gracia de izquierda a derecha delante de mí. Aún no sé cómo sobreviví. La coleta de La Diosa le llega por la cintura y en cuanto empieza a moverse como un péndulo al ritmo de esos espantosos hits del perreo, yo vuelvo a ser Natillas. A lo mejor no consigo que se me ponga un cuerpazo como el de Paula, pero ¿y lo que rejuvenezco?