Han pasado 16 años, pero tengo una larga lista de recuerdos que me pongo mentalmente de vez en cuando, como esas películas que no te cansas de volver a ver. Las tardes que me venía a buscar a clase de inglés y volvíamos a casa comiéndonos un pastel y contándonos el día que habíamos tenido. Cuando me llevaba a la librería Lume para escoger un libro. Las caras de fascinación con que la escuchaban sus amigos cuando la escuchaban contar cualquier cosa de esa forma que solo ella podía hacer. Oírla reír y pensar que era por mi culpa. Verla enfadarse y desenfadarse con mi padre. Esa mala costumbre de hacerse pis en cuanto salíamos de casa. Que me mandara al portal a practicar con la flauta porque no soportaba los deberes de la clase de música de 6º de EGB. La primera vez que me maquilló para salir. Ver a mi hermano pequeño hacerle caricias y decirle: “mamá, ¿por qué eres tan suave?”. Bailar juntas en el salón con la música de la mini cadena demasiado cara que mi padre acababa de comprar. Su estrategia infalible de hacerme reír cuando yo me ponía estupenda y me indignaba por cualquier tontería. Observarla disfrutar de su momento del café y EL PAÍS y desear escribir algún día en esas páginas que a ella tanto le interesaban. El último viaje que hicimos juntas, a Madrid, para buscar un colegio mayor y matricularme en periodismo.