La Diosa nos ha informado hoy de que próximamente habrá una master class, esto es, bailamos en un teatro y se supone que debemos invitar a amigos. ¿Pero a quién se le ocurre??? ¿Por qué razón iba a querer yo que un ser querido me vea en semejante papelón y con estas horribles zapatillas? Yo quiero que me recordéis con mi estilazo, mi saber estar, mis zapatos.
Mis compañeras de las mallas caras y raya del ojo pintado se han entusiasmado. Ha habido aplausos y algún gritito. Y ahí es cuando me he dado cuenta yo de que nunca vamos a ser amigas.
Para no variar, hoy me ha pasado algo vergonzante. Ha venido un chico. Se ha colocado en la fila de delante y todo el rato se giraba hacia mí. Al principio me he enfadado – he estado a esto de darle un manotazo voluntario y decirle: «Pues tú también eres bastante patoso, ¿qué pasa?»-. Luego he pensado que quizá no se estaba riendo de mí. Y ya al final, solo por unos segundos, me he planteado la posibilidad de que le gustara. He oído historias de gente que va a ligar al gimnasio y nunca me las he creído. Estéticamente, al menos, en mi caso -zapatillas horrorosas, mallas implacables, cara de semáforo- son las horas más bajas. Pero por un momento he pensado: ¿y si me ha pillado en mi ataque de risa por contacto visual con el espejo y le ha hecho gracia? ¿Y si él también es normal? ¿Y si él entiende??
No era el caso. Enseguida he descubierto que lo que hacía el chico no era mirarme a mí, sino comprobar si parpadeaba su móvil, que había dejado en un estante justo en mi dirección.
El descubrimiento, claro, ha provocado otro ataque de risa. Y ahí me ha mirado con cara de susto y me he dado cuenta de que él tampoco entendía.
No voy a hacer amigos en zumba. Pero tampoco necesito más. Con vosotros, que jamás seréis invitados a esa master class – por el respeto que os tengo- me sobra.